Una chispa salta y cae en un hueco del techo, entre dos tejas coloniales
rotas. El viento hace lo demás. Llamas, humo, olor a quemado, cenizas y paredes
negras. Vecinas azoradas que miran el espectáculo y se agarran la cabeza. Los
bomberos, la policía y hasta una ambulancia, por las dudas. La casa de mis
padres quedó devastada y mi angustia es infinita.
- ¿Me pasás el cuchillo? – preguntó, de pronto, mi marido, que sabe
despertarme de mis desvaríos trágicos con preguntas de lo más terrenas.
- Sí, acá está – contesté, y enseguida me puse a constatar que el asado
que improvisamos en la terraza no fuese capaz de tamaño desastre.