sábado, 4 de agosto de 2012

Chivo puntano

Era verano. Llegamos a Pasos Malos por un camino de ripio, con pocos carteles, mucho calor y un hambre de locos. Nos sentamos en una especie de quincho a esperar que nos atiendan, pero después de varios minutos nuestra ansiedad porteña nos animó a preguntar: si queríamos comer chivo había que anunciarse al parrillero, que nos anotó en una lista de espera previo pago de un anticipo


Una mesa de mujeres solas llenaba de ruido el comedor que compartíamos con una pareja de japoneses que se animaron a pedir el vino de la casa: un líquido borgoña reenvasado en botellas de vidrio gastadas de tanto uso y que en la mesa de mujeres se sirvió en un envase de gatorade. La parrilla de Godoy era rústica, pero tenía el encanto de las cosas simples y la falta absoluta de sofisticación.
Al final, llegó el plato, abundante, con un dejo salvaje y aroma exquisito. Lo devoramos. Completamos la comilona con una generosa porción de queso y dulce y fuimos a echarnos panza arriba sobre las piedras del arroyo que baja de las sierras de Merlo, San Luis. 

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